Los muslos (dulcemente anárquicos)
conteniendo el vaivén de los sonidos
gozando la perpendicularidad de los sentidos
(abiertos y distraídos).
Tu aliento (único y eterno)
dibujando eróticas siluetas en el espejo.
Manantiales de espuma atestiguando la victoria.
El temor a la fragilidad que todo lo contamina.
El abismo sanador. El interludio de besos.
Tocar el cielo de tu belleza (tan humana)
regando entre tus piernas el orgasmo de la miel.
La injusticia de los relojes
(marcando brutalmente el tiempo que pasa).
La absolución de lo tangible.
La mañana.
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